Blog del Gran Hotel Lakua

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lunes, 3 de septiembre de 2012

Las dos vitorias de agosto





Sucede que cuando acaban las fiestas y retorna Celedón a su morada celestial, el éxtasis colectivo da paso a la nada más absoluta. Un salto de vértigo. Media ciudad hace las maletas, huyendo al campo y a la costa. Los que se quedan, desesperan buscando bares y comercios abiertos.

La situación llegó a un extremo tal que se llegó a plantear en vano un sistema de turnos para evitar la mala imagen que da una ciudad cerrada por vacaciones a los turistas. Se ha conseguido que la mayoría del centro permanezca abierto. En los barrios, en cambio, parece que se hubiese acabado el mundo.

¿Dónde queda esa Vitoria que se queda, siquiera obligada por la crisis? En las terrazas y en las piscinas. O trabajando, con peor suerte. El caso es que cada año permanece más gente en la ciudad. Ya nadie se puede permitir el lujo de hacer honor al verbo veranear, de junio a septiembre. Pero es que cada vez son menos las economías domésticas que alcanzan para un mes completo de vacaciones. Si disfrutas de quince días en agosto, pasarás el resto del mes en la localidad.

El caso es que cada estío permanece más gente en la ciudad. Va siendo hora de que se tome en consideración. De hecho, con mayor o menor fortuna, se ha planteado alguna alternativa de ocio estival. En la década de los años cincuenta se organizaban quincenas comerciales, copiando el modelo de otras ciudades.

Más recientemente se ha organizado con éxito semanas dedicadas a distintas culturas milenarias. Y Este mismo 2012 tenemos “con V de viernes”, una serie de actividades programadas hasta mitad de septiembre.

Nada que ver con la potencia del programa estival de ciudades aledañas como Santander o San Sebastián. Quizá no sea el caso de competir con ciudades turísticas que dan por fuerza el do de pecho durante el verano, pero habría que profundizar en esa línea. Vitoria no puede cerrar, no puede morir siquiera una quincena. Habría que darle alguna vuelta más a cómo ir cerrando la brecha entre las dos vitorias de agosto.  

Javier de la Fuente

domingo, 29 de abril de 2012

De romería


          Los vitorianos acostumbran a pasear hasta el pueblecito de Armentia el día del Santo Patrón. Si le preguntas a alguno de los lugareños, de esos que han hecho y rehecho el camino desde que tienen memoria, te dirá que se hace...desde siempre. Y no le falta alguna razón. Tenemos noticias de la romería ya en el siglo XV.

          Las fiestas han mudado un tanto su aspecto, han incorporado novedades recientes a las tradicionales procesiones y toque de retreta, léase, la tamborrada y el papel de las sociedades gastronómicas. Pero por la romería no pasa el tiempo. Ahí siguen los vitorianos, llegándose en tropel a las campas, curioseando en los puestos, dando cuenta de las viandas que han portado. Bajo la lluvia, porque casi siempre llueve, como llovía en “El Rincón Amado”, La novela que escribiera Herminio Madinaveitia ahora hace cien años:

          “La romería al día siguiente. Lluvia. También era tradicional... Por la mañana, nada: una procesión que poco más que nadie veía. Por la tarde era el jaleo. Las nubes cansáronse de verter agua y para el mediodía habíase serenado el cielo.

           Desde después de comer comenzó la barahunda de coches de todos los calibres y clases. La peregrinación a la aldea cercana, donde adorábanse las reliquias del Santo. Se iba allá en carruajes, por la carretera estos, por otros caminos los peatones. Llevábase la merienda: merluza, tortilla de perrechicos, cordero asado, vino en abundancia, alegría...

           En negros cordones, que se prolongaban carretera adelante, dirigíanse los romeros, entre el cascabelear de los caballos y el restacleo de látigos azuzándoles; entre el estrépito del ferraje y de la madera de los vehículos rodadores; entre el fango, entre los gritos de los viajeros y de las viajeras, sobre todo, sentadas muchas, de las de los coches, en las rodillas de los hombres.

          Dos horas, las de partida, eran de una animación contagiosa. Los que andaban, con el atillo del condumio en la mano o al hombro, la inseparable bota asomándose por el pañuelo o pendiente, apresurábanse en su caminata, deseosos de llegar. Jinetes, algunos soldados de caballería y Guardia Civil velando por el orden, destacabánse entre la masa negruzca de los romeros.

           Pese al barro, pese al mal tiempo, la animación era grande. La campa de la romería rezumaba humedad. Algunos matojos ardían con llama rojiza (…) y a su lado un grupo u otro de valientes apercibíanse a descargarse de trebejos para calentar la merienda.

           Los más no se atrevían a pasar a la campa. Entre un barrizal pringoso y mojado aún por la lluvia reciente dirigíanse algunos a la iglesia (…) Otros, casi todos, requerían sitios cubiertos: las casas, los portergados, las trojes mismas. El caso era dar fin de aquellos manjares con tanta solicitud preparados (…) realmente con la lluvia la fiesta había perdido mucho. Miraban los puestos, pocos, de churrería, de buhoneros con baratijas (…)

           Sin miedo al barro y humedales, en una esquina habíase armado un baile donde trascaba la gente joven...”


           Javier de la Fuente




jueves, 8 de marzo de 2012

La oportunidad Green



El blog que inauguramos el año pasado tiene dos protagonistas estelares, la ciudad y el hotel, cuya suerte esta ligada sin remedio. El bien de Vitoria será el bien del hotel, y el bien del hotel será el bien de Vitoria. Porque, en pleno siglo XXI, las urbes prosperan o languidecen, sienten y padecen, compiten, fracasan o vencen.

A nadie se le escapa que si la ciudad va hacia arriba, el hotel irá hacia arriba, y al contrario. Si Vitoria genera cultura, si sus infraestructuras son capaces y modernas, si está bien comunicada, si su oferta turística es atrayente, si su industria es competitiva, si explota sus puntos fuertes, crecerá y prosperará. Cada ciudad compite con sus iguales: el congreso que venga a Vitoria, no irá a otra parte; la industria que se asiente en Vitoria, no tributará en otro lugar. De la misma forma, el Gran Hotel Lakua compite en excelencia con sus iguales. De su capacidad para competir en un mundo en crisis dependerá su particular suerte.

La suerte está echada para quien se duerma en los laureles, porque competir significa adaptarse continuamente a una realidad cambiante, cuando no reinventarse directamente. Vitoria lo hizo, se reinventó con éxito en las décadas centrales del siglo XX, pasando de ser una ciudad de servicios con alguna industria y población estancada, a ser una ciudad industrial, cuya población se multiplicó por 3,5 en apenas 25 años.

En adelante, y sin perder su pujanza industrial, equilibraría y complementaría su crecimiento con la llegada del Gobierno Vasco y el principio de la política del alcalde José Ángel Cuerda (1979-1999), que hacía bandera de la calidad de vida, resumida en dos símbolos vitorianos: los centros cívicos y los parques. Ya entonces, en los primeros años de la democracia, presumía de ser la tercera ciudad europea con más metros de zona verde por habitante. Era el principio de la política Green, hacia dentro, ampliada en la década consecutiva con la actuación sobre el entorno, de la que derivaría el Anillo Verde. El premio Green Capital no ha sido sino el reconocimiento a la labor de muchos años, sostenida por consistorios de todos los colores.

La pregunta es cómo seguir reinventándonos, cómo hacerlo en el futuro. Tenemos industria, tenemos I+D (Miñano), y un turismo creciente que parte de bases modestas. Poniendo por delante que la preocupación por la sostenibilidad no necesita mayores excusas para ser defendida, haríamos bien en sacar partido a la “oportunidad Green”. Sin duda el color verde marcará el futuro. El futuro será verde, o no será, porque habremos acabado con la vida en el planeta tal y como la hemos conocido. En este sentido, crear imagen de ciudad verde no puede sino beneficiarnos. 

En el mejor de los casos, dará un empujón a ese turismo que decíamos modesto, lo cual es tanto como decir un empujón al hotel, a la ciudad y a todo cuanto conforma esa marca común que llamamos Vitoria-Gasteiz. 

Javier De La Fuente

 
 





domingo, 4 de diciembre de 2011

El libro de honor


Todo hotel que se precie guarda como oro en paño fotos, firmas y recuerdos de las personalidades más destacadas que se han alojado o que lo han visitado en uno u otro momento. El nuestro no es menos. Como los tiempos cambian, las fotos que antes quedaban para nosotros, ahora se lanzan al mundo, a través de nuestra página en Facebook, para quien quiera curiosear.

Pero nada de eso se intuía en 2002, cuando abrió el primer y único cinco estrellas de Vitoria. Entonces quedaban muy lejos las redes sociales y la WEB 2.0. Y apenas sí se estaban generalizando las cámaras digitales. Nos han quedado series de fotos impagables, como las de la inauguración oficial del Hotel. De esas que te hacen exclamar cuando las repasas “qué jóvenes éramos”o “cómo pasa el tiempo”...

Nos ha quedado también un poblado libro de visitas. El hecho de ser el establecimiento hotelero de más categoría de la ciudad, explica, en buena parte, la cantidad y cualidad de las firmas que se han estampado en él. Uno tiende a olvidarse, pero cuando un día tomas el Libro de Honor del Hotel y repasas sus páginas, caes en esa cuenta.

Lo encabezan SS.AA.RR los Príncipes de Asturias; figuran los dos presidentes del Gobierno de la Nación durante la historia del Hotel, José Luis Rodríguez Zapatero y José María Aznar; tenemos varios escritores de talla mundial, entre los cuales Mario Vargas Llosa y Laura Esquivel; artistas de la categoría de Agustín Ibarrola o Paco de Lucía; leyendas del deporte como Anatoly Karpov y Miguel Indurain; veteranos maestros de la comunicación como Luis del Olmo y Matías Prats; estrellas del mundo televisivo como Xavier Sardá y cantantes que salieron de él, Bustamante y Bisbal...

La lista es larga, pero si hacemos memoria, hay otras muchas celebridades que se han hospedado en nuestra casa y que por una causa u otra no figuran en el Libro de Honor. Por nombrar sólo una, J.K.Rowling, la escritora de Harry Potter, camino de Oviedo, donde recibiría el Premio Príncipe de Asturias. O el propio Mariano Rajoy, el que será el próximo presidente del Gobierno. Las primeras plantillas del Real Madrid y del Barcelona, cuando el Alavés vivía mejores tiempos; la Selección Española de Baloncesto, etcétera.

A buen seguro nos dejamos en el camino muchos nombres que merecerían ser destacados. No habría espacio ni es el caso de nombrarlos a todos, pero no nos deja de admirar el hecho de que un establecimiento que, al fin y al cabo, no alcanza los dos lustros, acumule ya tantas visitas, tantas dedicatorias de celebridades. Todo lo cual demuestra que, en efecto, el tiempo corre mucho y muy deprisa, pero también que hemos hecho algunas cosas bien, nosotros, como hotel, y esta Ciudad de Vitoria que crece día a día en todos los sentidos.






sábado, 3 de septiembre de 2011

Un hotel de cien estrellas




Hay muchos festivales de cine, pero pocos o ninguno de Radio y Televisión. A buen seguro, algo así se les pasaba por la cabeza a Joseba Fiestras y Javier Padilla cuando idearon el Festival de Televisión y Radio de Vitoria-Gateiz (FesTVal). Si unes una buena idea y una buena organización, tienes el éxito asegurado. Y así ha sido. La tercera edición ha superado todas las expectativas. El FesTVal se ha consolidado. Puertas adentro, los contenidos se han depurado. Puertas afuera, la alfombra roja es testigo cada día del tirón popular de las estrellas televisivas.

Por nuestra parte, no nos hemos visto en otra igual. Y es que durante estos tres años hemos “resistido” simpáticos y sucesivos asedios. Docenas de fans apostados a la salida, a la caza de autógrafos, cámara en ristre, durante horas y horas. Aguardan, incansables, a los actores que han venido al estreno de las nuevas series de televisión de las cadenas generalistas. En cada ocasión ha habido de todo y para todos, para los fans adolescentes  (Física y Química,  El Barco), para los padres (Cuéntame cómo pasó, La República) y para el televidente medio.


Durante las ediciones pasadas, el vestíbulo del hotel parecía un gran plató de televisión. Al ir, te cruzabas con el Doctor Mateo y con Águila Roja; al volver, con Javier Sardá y María Teresa Campos.“Rien ne va plus”, pensaba uno. Y en cambio, este año acogemos a Antonio Resines, Pepón Nieto, Alexandra Jiménez; Hugo Silva, Eduardo Noriega, Verónica Sánchez, Alejo Sauras, Mario Casas y otros actores, sin olvidar a los monologuistas del Club de la Comedia, los cómicos de Vaya Semanita, a los homenajeados Ana Rosa Quintana, Matías Prats y Luis Del Olmo, y a otros muchos. Me disculparéis que no cite a todos, porque la lista es interminable.

Os preguntaréis cómo es eso de tener albergadas a tantas estrellas. Digamos que siente uno una extraña sensación de familiaridad. Es gente que no conoces, pero a la que tienes todo el día “dentro de casa”. Una sensación curiosa esa de cruzarse en persona con quien sueles ver dentro de un marco de unas docenas de pulgadas. Muchos de ellos han posado con nosotros para nuestra página de Facebook. El personal se siente privilegiado. Lo cierto es que da mucho juego para las conversaciones con los amigos. Que si es más alto de lo que parece en la tele, que si más bajo, que si se conserva, o está estropeado, que si es agradable al trato.

“¿Cómo son?” -preguntan mis amigos. Y yo, después de pensármelo un segundo, suelo decirles que parece que no existan fuera de la ficción, pero sí, y es gente más humana que divina. Y que en el hotel hemos observado que hay una regla que se cumple casi siempre: el que es importante no necesita darse importancia, y al contrario.

Ha sido divertido. Hemos trabajado mucho, codo con codo con la organización, a quien no podemos dejar de agradecer la confianza que depositan en nosotros. Por unos días hemos hospedado a muchas estrellas. No diremos que tantas como tiene el firmamento, pero sí que éste ha sido por una vez un hotel de cien estrellas.

Javier de la Fuente