Blog del Gran Hotel Lakua

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miércoles, 15 de junio de 2011

Ayer y hoy del turismo en Vitoria (IV)

En la posguerra entramos en fase de transición. De una parte seguían visitándonos docena y media de familias en busca de las virtudes de la Vitoria de siempre. De otra, los antiguos balnearios habían entrado en crisis definitiva. Por contra, aumentaba el turismo en villas y pueblos, en creciente concurrencia con la capital. Pero sin duda el gran cambio fue el paso del turismo nacional al extranjero.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la ciudad se fue viendo frecuentada por grupos de turistas extranjeros que, de paso hacia Burgos o Madrid, gastaban unas pocas horas en la ciudad. Al contrario que la colonia veraniega, el turismo extranjero buscaba historia y tradición, volviendo la mirada hacia la antigua Vitoria, antes desdeñada.

Lo cierto es que la situación estratégica de la ciudad traía turistas, atendidos por las delegaciones locales de las agencias de viajes, a los que no se podía retener mucho más de unas pocas horas. “Contemplamos su paso como se deja correr el agua, sin aprovechar su energía”, se lamentaba un perspicaz analista local en 1949. En la prensa eran frecuentes las noticias del tipo de esta de Pensamiento Alavés (1947): “Es curioso que las expediciones de turistas extranjeros o españoles siempre se paren en Vitoria para desayunar no más (...) ya se sabe, o han estado en Burgos o van camino de San Sebastián (...) no esperaban encontrar ciudad tan bonita y tan nutrida. Y no se cansan de hacer compras...”.

Nunca había faltado en la ciudad debates sobre la necesidad de promoción del turismo, y de adecuación a los tiempos de la oferta existente. Se echaban en falta infraestructuras, hoteles, una oficina de turismo, y folletos, guías y material de propaganda, con los que apenas se contaba todavía. Al menos, se abrió el Museo Provincial en 1941, pero no cabe duda de que en conjunto todavía estábamos lejos de una comprensión moderna del turismo.

Por último, y para cerrar la década de los años 40, señalar una nueva serie de visitas guiadas, las que se ofrecían todos los veranos a los estudiantes de los cursos de derecho internacional.

Javier de la Fuente

martes, 14 de junio de 2011

Ayer y hoy del turismo en Vitoria (III)

El apogeo del verano vitoriano venía marcado por las fiestas patronales, y estas por la centralidad de las corridas de toros, conjunción capaz de atraer a numerosos visitantes a la localidad. A su vez, no pocos lugareños hacían la "tournée" veraniega.

Hagámonos idea de lo que han cambiado los tiempos. Era aquel un turismo de clases pudientes, que hacía honor al verbo veranear, esto es pasar el verano, al menos de julio a septiembre. Las estancias en los balnearios se medían en meses. Para contentar los deseos de viajar de los clientes de alto poder adquisitivo, habían surgido las pirmeras agencias de viajes, consolidadas ya en la década de los años 20 y 30 en las grandes capitales, las cuales ofertaban circuitos por toda Europa.

Entretanto y hasta la guerra civil, se había consolidado la estancia estival en la ciudad, siempre dentro de límites modestos. Las virtudes de Vitoria, las consabidas, paz, sosiego, precios contenidos, y el "cierzo acariciador". Las fondas y paradores, con los hoteles Pallarés y Frontón al frente, seguían disfrutando de merecida buena fama. El ensanche se había concluido, e incluso desbordado, con la Ciudad Jardín, las casas del Paseo de la Senda y el extrarradio.

En conjunto seguía siendo una ciudad contenida. "Una ciudad rodeada de mieses sin transición", decía un cronista local, ideal para pasear. Y es que el paseo era la principal de las distracciones de nuestros visitantes. Paseos a los pueblos aledaños, en coche o en el Vasco Navarro, paseos internos, la prensa en la posada o en el casino, misa diaria, comidas , tertulias, y música o funciones teatrales para las ocasiones. En eso se resumía el día a día de la colonia veraniega.

Las publicaciones de índole más científico no dejaban de glosar las virtudes de la antigua Vitoria. No obstante, la preocupación por la conservación del patrimonio dejaba mucho que desear a esas alturas. Formalmente, había ya monumentos nacionales y comisiones de monumentos en cada provincia. Todo lo cual, no pudo impedir el derribo del monasterio y claustro góticos de San Francisco (1930), no sin cierta polémica. Sin duda el mayor atentado contra el patrimonio de la historia reciente de la urbe.

En este punto, la guerra civil puso punto y final a la rutina que venimos describiendo. El disloque del conflicto trajo, sin embargo, réditos inesperados a Vitoria, plaza segura de retaguardia desde muy pronto, animada por numerosa soldadesca y gente de paso. Tanbién por los funcionarios de los Ministerios de Educación y Cultura, trasladados a Vitoria hasta el final de la guerra. Resultado de esta estancia, fue la Exposición Internacional de Arte Sacro de 1939, y el comienzo de una serie de visitas guiadas comandadas por el archivero Mañueco. Es de subrayar que se trata de la primera noticia que tengamos de visitas organizadas para grupos en la ciudad.

Javier de la Fuente

lunes, 6 de junio de 2011

Ayer y hoy del turismo en Vitoria (II)


Si hubiésemos de elegir una fecha simbólica de partida para el turismo vitoriano, sería sin duda la inauguración de la Estación del Norte en la línea Madrid-Irún (1864). ¿No teníamos visitantes antes? Por supuesto que sí, pero no encajaban dentro de lo entendemos hoy por turistas. Eran lo que se ha dado en llamar “viajeros románticos”, solitarios, embarcados en viajes azarosos, a caballo, o en diligencias, algunos de los cuales nos han dejado curiosas descripciones de la ciudad.

La fecha es doblemente simbólica. De un lado y de pronto, los viajes eran rápidos, cómodos, predecibles y masivos. De otro, la estación marcaba el fin de la nueva Vitoria, del ensanche decimonónico. No en vano, la principal calle de la población se ideó uniendo la plaza mayor neoclásica del lugar y la estación, construida en las afueras de la ciudad. No es casualidad que las primeras y tímidas medidas favorecedoras del turismo de las que tengamos noticia, las impulsara el consistorio en 1865, un año después de la llegada del primer tren.

No obstante, Vitoria estaba mal colocada en el mundo de los primeros “touristas”. No era una ciudad monumental con grandes palacios y catedrales, como Toledo o Roma, no tenía costa ni estaba en un paraje incomparable cuando se pusieron de moda los baños de playa, como Santander o San Sebastián. Tampoco tenía aguas termales, aunque se veía favorecida por el tránsito hacia los balnearios de la provincia. Sin embargo tenía sus puntos fuertes, a saber, una posición estratégica en el paso obligado entre Francia y la Meseta, la tranquilidad y el sosiego del que carecían las grandes urbes, precios contenidos y, sobre todo, una ventaja inopinada: el frescor del estío vitoriano.

Para sorpresa del lector contemporáneo, cada año llegaban a Vitoria un par de docenas de familias pudientes huyendo del calor, alojadas en fondas, pensiones y pisos alquilados de la nueva Vitoria. ¿Por qué en la nueva Vitoria? Porque era la única que podía satisfacer las comodidades y el boato demandados. Porque la colonia veraniega no buscaba monumentos o historia, sino sosiego, distracciones burguesas, bailes y paseos.

Sea como fuere, el veraneo en Vitoria, detectado ya en los años 60 del siglo XIX, no se consolidó hasta después de la carlistada, ya en tiempo de paz. En la década de 1880 encontramos numerosas referencias a la estancia estiva en Vitoria, que irían en aumento según nos adentrábamos en el siglo XX. Como también, la preocupación por retener más tiempo en la ciudad a los turistas que iban camino de San Sebastián o de los balnearios.

Javier de la Fuente

 

domingo, 5 de junio de 2011

Ayer y hoy del turismo en Vitoria

La pasada Semana Santa, el hotel rebosaba de turistas. Y es que últimamente todo son buenas noticias para el turismo vitoriano. Las consultas en la flamante oficina de turismo han subido un 30%; es la capital vasca que mayores incrementos porcentuales viene teniendo, siquiera sea porque partía de cifras más modestas que sus hermanas; y es que aun con un aumento del 24% en 2010, sigue teniendo la mitad de turistas que San Sebastián, y un tercio de los de Bilbao.

Todo apunta a que poco a poco se va superando la rémora histórica del turismo vitoriano, esto es, el ser un lugar de paso entre destinos turísticos, al que apenas se dedicaban unas pocas horas, cuando no se paraba sólo a repostar o dormir. Va ganando peso como destino final, aunque su verdadero punto fuerte siga siendo todavía hoy su posición estratégica, que le sitúa a una hora escasa de automóvil de San Sebastián, Santander, Pamplona, Logroño o Burgos.

De hecho, la mayoría de nuestros huéspedes han gastado un día en visitar la capital alavesa, y otros dos en hacer excursiones a alguna de estas plazas. Turismo de tres días en puentes y vacaciones cortas. He aquí a un tiempo nuestro punto fuerte y nuestro límite. De ahí que haya quien piense que deberíamos anteponer el destino País Vasco a cada uno de los destinos concretos.

Hemos pasado de tener una política de venta de lo nuestro y de nosotros mismos poco incisiva y original, y por tanto no demasiado efectiva, a dar con algunas ideas brillantes. Véase las modélicas obras de restauración de Santa María y su lema “abierto por obras”. O la política ambiental sostenida que ha derivado en la concesión del titulo de “Green Capital” y que puede crear una nueva marca distintiva, la de ciudad verde. O Véase la feliz idea de hacer coincidir la Semana Santa con la Semana del Pintxo. Parece que se están haciendo las cosas razonablemente bien en este plano.

Así pues, el hoy invita a un cierto optimismo. Pero ¿y el ayer?; ¿por qué no hemos conseguido consolidar un destino turístico de primer orden?; ¿por qué cifras tan modestas?; ¿de dónde venimos?. Para explicarlo, iniciamos una serie dedicada al turismo vitoriano. Manos a la obra. Vayamos al pasado...


Javier de la Fuente