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martes, 14 de junio de 2011

Ayer y hoy del turismo en Vitoria (III)

El apogeo del verano vitoriano venía marcado por las fiestas patronales, y estas por la centralidad de las corridas de toros, conjunción capaz de atraer a numerosos visitantes a la localidad. A su vez, no pocos lugareños hacían la "tournée" veraniega.

Hagámonos idea de lo que han cambiado los tiempos. Era aquel un turismo de clases pudientes, que hacía honor al verbo veranear, esto es pasar el verano, al menos de julio a septiembre. Las estancias en los balnearios se medían en meses. Para contentar los deseos de viajar de los clientes de alto poder adquisitivo, habían surgido las pirmeras agencias de viajes, consolidadas ya en la década de los años 20 y 30 en las grandes capitales, las cuales ofertaban circuitos por toda Europa.

Entretanto y hasta la guerra civil, se había consolidado la estancia estival en la ciudad, siempre dentro de límites modestos. Las virtudes de Vitoria, las consabidas, paz, sosiego, precios contenidos, y el "cierzo acariciador". Las fondas y paradores, con los hoteles Pallarés y Frontón al frente, seguían disfrutando de merecida buena fama. El ensanche se había concluido, e incluso desbordado, con la Ciudad Jardín, las casas del Paseo de la Senda y el extrarradio.

En conjunto seguía siendo una ciudad contenida. "Una ciudad rodeada de mieses sin transición", decía un cronista local, ideal para pasear. Y es que el paseo era la principal de las distracciones de nuestros visitantes. Paseos a los pueblos aledaños, en coche o en el Vasco Navarro, paseos internos, la prensa en la posada o en el casino, misa diaria, comidas , tertulias, y música o funciones teatrales para las ocasiones. En eso se resumía el día a día de la colonia veraniega.

Las publicaciones de índole más científico no dejaban de glosar las virtudes de la antigua Vitoria. No obstante, la preocupación por la conservación del patrimonio dejaba mucho que desear a esas alturas. Formalmente, había ya monumentos nacionales y comisiones de monumentos en cada provincia. Todo lo cual, no pudo impedir el derribo del monasterio y claustro góticos de San Francisco (1930), no sin cierta polémica. Sin duda el mayor atentado contra el patrimonio de la historia reciente de la urbe.

En este punto, la guerra civil puso punto y final a la rutina que venimos describiendo. El disloque del conflicto trajo, sin embargo, réditos inesperados a Vitoria, plaza segura de retaguardia desde muy pronto, animada por numerosa soldadesca y gente de paso. Tanbién por los funcionarios de los Ministerios de Educación y Cultura, trasladados a Vitoria hasta el final de la guerra. Resultado de esta estancia, fue la Exposición Internacional de Arte Sacro de 1939, y el comienzo de una serie de visitas guiadas comandadas por el archivero Mañueco. Es de subrayar que se trata de la primera noticia que tengamos de visitas organizadas para grupos en la ciudad.

Javier de la Fuente

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