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lunes, 6 de junio de 2011

Ayer y hoy del turismo en Vitoria (II)


Si hubiésemos de elegir una fecha simbólica de partida para el turismo vitoriano, sería sin duda la inauguración de la Estación del Norte en la línea Madrid-Irún (1864). ¿No teníamos visitantes antes? Por supuesto que sí, pero no encajaban dentro de lo entendemos hoy por turistas. Eran lo que se ha dado en llamar “viajeros románticos”, solitarios, embarcados en viajes azarosos, a caballo, o en diligencias, algunos de los cuales nos han dejado curiosas descripciones de la ciudad.

La fecha es doblemente simbólica. De un lado y de pronto, los viajes eran rápidos, cómodos, predecibles y masivos. De otro, la estación marcaba el fin de la nueva Vitoria, del ensanche decimonónico. No en vano, la principal calle de la población se ideó uniendo la plaza mayor neoclásica del lugar y la estación, construida en las afueras de la ciudad. No es casualidad que las primeras y tímidas medidas favorecedoras del turismo de las que tengamos noticia, las impulsara el consistorio en 1865, un año después de la llegada del primer tren.

No obstante, Vitoria estaba mal colocada en el mundo de los primeros “touristas”. No era una ciudad monumental con grandes palacios y catedrales, como Toledo o Roma, no tenía costa ni estaba en un paraje incomparable cuando se pusieron de moda los baños de playa, como Santander o San Sebastián. Tampoco tenía aguas termales, aunque se veía favorecida por el tránsito hacia los balnearios de la provincia. Sin embargo tenía sus puntos fuertes, a saber, una posición estratégica en el paso obligado entre Francia y la Meseta, la tranquilidad y el sosiego del que carecían las grandes urbes, precios contenidos y, sobre todo, una ventaja inopinada: el frescor del estío vitoriano.

Para sorpresa del lector contemporáneo, cada año llegaban a Vitoria un par de docenas de familias pudientes huyendo del calor, alojadas en fondas, pensiones y pisos alquilados de la nueva Vitoria. ¿Por qué en la nueva Vitoria? Porque era la única que podía satisfacer las comodidades y el boato demandados. Porque la colonia veraniega no buscaba monumentos o historia, sino sosiego, distracciones burguesas, bailes y paseos.

Sea como fuere, el veraneo en Vitoria, detectado ya en los años 60 del siglo XIX, no se consolidó hasta después de la carlistada, ya en tiempo de paz. En la década de 1880 encontramos numerosas referencias a la estancia estiva en Vitoria, que irían en aumento según nos adentrábamos en el siglo XX. Como también, la preocupación por retener más tiempo en la ciudad a los turistas que iban camino de San Sebastián o de los balnearios.

Javier de la Fuente

 

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